Su amor por la noche y el breakdance lo obligó a empezar a trabajar. A él no le gustaba estudiar, pero no tenía opción. Su padre le dijo que tenía que entrar al liceo o ingresar al mundo laboral.
Cuando él y sus amigos se enteraron que había “un lugar en el que les pagaban por aprender”, no lo dudó. Eran cuatro
o seis horas, ganaba plata para ayudar en su casa y para salir a bailar de jueves a sábado, a disfrutar del apogeo de la música electrónica.