
Hacía frío esa madrugada allá por 1993 o 1994, mucho frío. Era invierno. Paola Artigas, que andaba por los 13
años, estaba donde quería estar, donde conocía, en la calle. Se aprontaba a pasar la noche junto con otros compañeros de intemperie, niños como ella, niños en el más hostil mundo de los adultos. Hacía demasiado frío.