Se les hacía tarde, demasiado tarde en la noche ya, cuando desde las esquinas empezaban a aparecer las voces de sus madres llamándolos de uno en uno, nombre por nombre, para volver a casa, comer y acostarse. Al otro día había escuela, así que ya era suficiente juego y calle por hoy. Kevin, de 30 años, lo recuerda con demasiada claridad. “Éramos once o doce gurises. Todos iban volviendo a sus casas y yo no tenía a dónde ir…